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¡SI MI MADRECITA VIVIESE…! 1ª parte

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RELATO

A ti Xela, que vives dolorosamente resignada en tu existencia entre las albas lucidas paredes del hogar, en la única compañía de tu luirdo padre por su longeva vida; huérfana de tu amada madre desde hay diez años, separada de tu marido, no divorciada, sintiendo tu alma mustia por las inexorables tundas recibidas de las manos de tu amado, palabras de sus labios fluyendo candentes , calcinando los latidos de tu corazón, que por el asistes a tu irremediable ocaso , al verte avanzando a total inmovilidad de tu cuerpo, y como los días se te van yendo envueltos en la amargura, la calma, ante tan ingente tormento . Quiero Xela, en estas líneas recordarte, haciendo un compendio de tu vida, existir , con un nombre en pseudónimo.
De niña , Xela, siendo tu la mayor de diez hermanos, niña de muy noble corazón que las circunstancias obligan a que madures antes de tu tiempo, por sus lances te dar, tu corazón todo meollo, tiene cabida tu amada familia, en primer lugar, tu madre, tu madrecita querida, que para aliviarle tareas te ibas dos días a la semana hacia el miñoto río, y allí en bañador lavabas con brío la ropa de tus hermanos, sábanas… y luego ya dispuesta para ser puesta en el tendal, te zambullías en el agua y cómo una sirena, ibas en donosura nadando ante las miradas de envidia al verte en tu innata maestría, y en medio del arborio, en medio de las claras aguas, hacías lindas piruetas que en ambrosía las aguas embellecían, para luego en tu sencillez ponerte tu sencillo vestuario e irte hacia casa, en un contento que hasta el mismo viento subyugado por ti se sentía.
En tu juventud, mocita hermosa, lozana y donosa, te ves en la necesidad de abandonar tus estudios escolares para irte de empleada del hogar, así, acrecentar los ingresos de tus padres y sacar (en mediana holgura) a tus hermanos/as adelante.
Solías inmolar tu preciado solaz en el afán de prestar ayuda a tu madre en la egregia y a la vez difícil tarea de educar a los hijos, como el de mantener el hogar brillante como si fuese una bandeja de plata; ardua tarea la tuya , pendiente que la armonía pululase a sus anchas por la intimidad del hogar.
Mocita alegre, risueña, deferente con toda gente, bienquerida por tus padres , referente de tus hermanos, aliciente en el hogar, tan sencillo por humilde como augusto por las insondables nítidos modales.
El reloj del tiempo no se detiene, y en su imparable pasar tu te forjas en una beldad de mujer , en tu innata alegría y donosura respetuosa y responsable con la regalía del cielo de saber disfrutar de las fruiciones en el seno familiar, solventar en la medida un imprevisto perturbando tu hogar, tu santuario, sabiduría engebre de guardar secretos de amistades, así , se mantuviesen unidas, centro de ellas tú, en la deferencia de tus amigos y amigas que en la vera amistad, tu presencia requerían.
Eran en ti , más las delicias que amarguras , ya que aflorando la segunda en tu hogar, tu almo santuario, se veían en partículas al aire, que en primacía triturabas sin miramientos.
El decurso de tu vida iba yendo bienhadado, hasta que un día conociste por azar, a un apuesto mozo, del que desde el primer día te viste perdidamente enamorada, de tal manera, que de nada servían los consejos (no pedidos) dados por tus amistades, por tus padres, de que te fueses alejando de aquel amor que venía de lo mas pernicioso para ti, trocado en eximio, siendo de lo más solapado.
Te casaste en la más dulce ilusión, de toda novia, enamorada de tu pareja, en densos anhelos de formar un hogar dónde imperase la dulzura del amor, el existir en la unión, de la pasión y desolación, dos vidas, una sola en comunión de la dulce dilección.
Poco , muy poco tiempo tardaste en sentir en tu piel la primera desilusión, el primer palo sin compasión, ya que deseando ardientemente ser madre de numerosa familia, viste truncados tus anhelos, cuándo te dicen varios doctores que tú nunca podrás sentir en tus entrañas un hijo. Asimilar el duro golpe, te llevó una temporada, mas, tu cariño en tus sobrinos que en su ingel dulzura iban cubriendo la impía mella en tu corazón y cual segunda madre, les aconsejabas, te jactabas de tener los niños mas estudiosos y bellos; una madraza.
Tu hogar, tu dulce hogar, se vio tempranamente en la brava desolación, en la primera discusión, tu marido cubre tu cuerpo de tundas, dejándote amoratada, teniendo que por ello guardar cama, le perdonaste y seguiste a mirarte en sus ojos, en la símil ternura en la que te casaste, así mismo perdonado las que le fueren sucediendo, tal cómo aquél día, que estando ambos en una romería , sin motivo aparente, te estampa una sonora bofetada en la mejilla derecha, tan sumo contundente hecho, que pierdes el equilibrio y caes de bruces en un charco de fango, allí todo tu cuerpo mojado sobre el pone su pie, para así te sintiese bien prieta, a la vez queda ante numerosas asombradas miradas, y tú mascullabas palabras llorando, rogando una mano salvadora, te levantaste de aquella inmunda sevicia, ¡nada!, nadie a ti acudía, y el pie en ofania premiendote seguía, así un tiempo que a ti te parecía infinito, hasta que una anciana herida en la sensibilidad de su alma, abriendo paso por entre el gentío, aparta de tu cuerpo el bravo pie, te yergue del fango , te consuela, te da ánimos, y te encamina hacia el hogar familiar, tus padres , tu madre querida, que al verte enlamada de pies a cabeza se sobrecoge de la magna braveza y te consuela, te anima que te olvides de el, que sin prisas dirijas tu mirada hacia otros horizontes, dónde quizás halles el amor de los amores, tu amor soñado desde niña.
Tú, esposa enamorada, hasta las recónditas entrañas, nuevamente le perdonas y decides recalar a tu hogar, morada de lágrimas de tu alma y de tu corazón, en el cual sigue el vezo en taimado marido tuyo, que tan pronto adentrarse en el hogar, desahoga en tu ya feble cuerpo todas las adversidades, la maldad que otros dejan recaer en su perniciosa persona, de tal modo que , paliza tras paliza, te va dejando sin dentadura, hechuras bajo el techo, que tú ansiabas en dulzuras.
En tan magno dolor, amor en tu ser imperecedero, tus ánimos se iban de tu ser ahuyentando en tu detrimento. En el mero hecho de animarte, diste en la socaliña de embriagarte de bebidas alcohólicas, sorbo a sorbo, ibas haciéndote con la fuerza necesaria para soportar tal magnitud de braveza, hasta verte supeditada a la droga líquida.
Tus padres, pasivos, asistían a un existir que de ti lo anhelaban en las espesuras de la lejanía , en éses deseos, su contento se iba al devalo día a día , volviéndose una impía quimera , el volverte a ver como en los años idos y días.
En tu dolor en demasía, asistían, como caminabas cual bebé va avezando en su caminar, bambeando de un lado a otro, cómo de bruces al suelo caías, y en tu gran amor, te dirigías a tu hogar, averno de martirio, cómo te encaminabas al hogar de tus amigas, rogando te comprasen tu vistosa ropa, para que con ella te diesen comida y tu precisada bebida, lo consigues , te compran la ropa , a troques te dan comida, vino y licores, luego tú , en tu punto puesta, a veces al horror de tu amor te enfrentas, y en tal
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