Publicado en el sitio RSD el 21 de Marzo de 2007
MOVIMIENTO ELECTRONICO
Por Carlos Paolillo
Hace veinte años, el público venezolano se dejaba sorprender con las imágenes, en extremo reiterativas, de unos seres humanos sobreviviendo al efecto invernadero; de Adán y Eva cometiendo el pecado primigenio o de una monumental caja de música conteniendo a una bailarina clásica travestida.
Eran las expresiones iniciales del videodanza, término y actividad de escasos precedentes y tímido desarrollo en Venezuela, que durante la segunda mitad de los años '80 vivió con creatividad y desparpajo sus momentos más notables.
Los inquietos émulos venezolanos del cineasta Charles Atlas y del bailarín Merce Cunningham, quienes juntos habían experimentado en la filmación de coreografías en Nueva York durante los años '70, hasta dar con lo que se denominaría videodanza, un nuevo producto estético, híbrido y finalmente autónomo como lenguaje, buscaban manifestarse a través de una expresión artística distante y minoritaria.
Cunnigham, considerado como el primero de los bailarines postmodernos, extrajo la danza de sus espacios escénicos formales y la llevó a la calle y a los espacios no convencionales. Indagó en la música experimental, bailó incluso sin música, rescatando el propio ritmo corporal e integró su danza a otras manifestaciones del arte, la plástica y el cine, principalmente.
Atlas y Cunnigham llegaron a conformar una pareja creativa singularmente acoplada y su obra Walk around time (1973), alrededor del surrealismo de Marcel Duchamp, es considerada como la primera de este nuevo género audiovisual y corporal.
El videodanza se inscribe dentro del videoarte como una nueva modalidad creativa. En la fusión estética del movimiento humano y la tecnología audiovisual reside su esencia y su fundamento. Es la resultante de la era multimedia vivida a partir de los años '60, en la cual el performance y el happening reinaron con irreverencia.
El videodanza de Francia resulta particularmente destacable por el elevado nivel de su tecnología. El movimiento artístico denominado Nueva Danza Francesa, de auge definitivo durante los años ’80, basa mayormente sus postulados creativos en la fusión de la expresión corporal con códigos electrónicos de elevada factura. Proverbial es la videodanza gala dentro del desarrollo de esta expresión artística de espíritu finisecular. Ejemplo relevante lo constituye la obra Blue marine, de Marle Jarlegan y Carolyn Carlson, que ofrece la imagen de una inquietante bailarina a través de un circuito cerrado de video.
Los antecedentes del videoarte en Venezuela, señalan las autoras María Manuela Martínez y Ana María Vass en el libro Video Arte: Expresión de la modernidad, son puntuales y se ubican, entre otros, en el trabajo divulgativo de la periodista Margarita D'Amico, así como en la exposición Arte y Video, presentada por el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas en 1975 - tal vez la primera exposición pública de este género en el país - y la Muestra de Video del Primer Festival de Caracas, realizada en la Universidad Central de Venezuela.
Los artistas Diego Rísquez y Carlos Zerpa se revelaron en la referida muestra con las singularidades de sus videoperformances, seguramente más valiosos por su planteamiento conceptual que por el desarrollo de la tecnología audiovisual de la que disponían en la década de los '70, aún muy precaria en Venezuela. Así, el Super 8 se convertía para la época en el medio expresivo más utilizado. A estos nombres se unirán los de Carlos Castillo, quien representa al decir de la videoartista Nela Ochoa, "el eslabón entre el super 8 y el videoarte" , Antonieta Sosa, Yeni y Nan, Leonor Arraiz y Sammy Cucher, representantes de la influyente generación de los ’80.
El videodanza venezolano constituye una actividad de muy pocos. En ella un nombre destaca como fundamental, el de Nela Ochoa, artista creadora de “gestografías” más que coreografías, según su propia apreciación, quien ha causado asombro y hasta disgusto con sus provocadoras videoinstalaciones. Formada en París, Ochoa es autora de una obra videográfica revelante. San Joaquín es un gesto (1985), Que en pez descanse (1986) y Topos (1987), dan cuenta con claridad de un lenguaje corporal, gestual y audiovisual, lúdico y desenfadado, característico de esa particular artista.
Durante los años ’90, Nela Ochoa realizó los videodanza Malamatiana (1990), acerca del mito de la creación del hombre, que formó parte de la obra El jardín de los misterios, del coreógrafo mexicano venezolano Jacques Broquet, de la compañía Danzahoy, Caja de Música (1992), obra presentada en el Festival de Jóvenes Coreógrafos, que fusiona la videoescultura con el performance, interpretada por Luis Viana, quien representaba a una bailarina clásica en desenfrenado e indetenible giro y Lejana (1999), recreación de realidades contrastantes a partir del imaginario literario de Julio Cortázar.
También en esta década surge el nombre de la bailarina Lídice Abreu, especialmente interesada en el video como recurso creativo. De su referencial espectáculo En la casa de al lado (1993), realizado en una vieja casona caraqueña, surgió una obra videográfica que muestra otra posibilidad de este género, la de registro y documento de alto valor estético de un producto artístico precedente. Abreu, ha reafirmado su línea de investigación a través de otras producciones referenciales dentro de su viodeografía: Magonolia (1994) y Raíz de agua (2001).
Durante los años 90 surgió el nombre de María Inés Villasmil, cuyo trabajo coreográfico se ubica en sintonía plena con el arte del video. Samsara (1995), videocreación para una bailarina solista y Dual (1996), que plantea la simultaneidad de dos imágenes masculinas, la escénica y la virtual, constituyen dos ejemplos de fusiones de particular interés entre la danza y las imágenes electrónicas.
Otros creadores – Jacques Broquet, Luis Armando Castillo, Leyson Ponce, Goar Sánchez, Eduardo Arias, Reinaldo Guédez, representan búsquedas también recientes en el campo todavía abierto del video danza venezolano.
Como instrumento documental, como complemento de una obra de danza determinada o como obra de arte plena y autónoma como lenguaje, surgida a partir del más inusitado desarrollo tecnológico, el videodanza constituye una de las manifestaciones más representativas y transformadoras del arte escénico del siglo XX, de cara al futuro.
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Saludos
Brisa MP
VD CHile
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Brisa MP
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