La Bayadera, en versión coreográfica del bailarín estrella Luis Ortigoza, dio inicio este miércoles 18 recién pasado a la Temporada Artística 2012 del Ballet de Santiago, conjunto que dirige la experimentada Marcia Haydée. En esta oportunidad la visita de la kazaja Anna Osadcenko, primera figura del Ballet de Stuttgart, junto a la concepción artística del diseñador y escenógrafo Pablo Núñez, más la participación del juvenil bailarín Emmanuel Vázquez; sin duda imprimieron a la velada un marco de excelencia y belleza sin par.
Está claro que la presente partitura musical es una de las más inspiradas que nos legara Ludwig Minkus, el maestro vienés radicado en la Rusia zarista del siglo XIX. Junto a Marius Petipa establece una alianza artística que dará como fruto algunas exitosas producciones que el coreógrafo marsellés propusiera para el Ballet Imperial, siendo quizás “La Bayadera”, la de mayor riqueza y elaboración en términos armónico-musicales que lograra Ludwig Minkus para ballet, generando así, una atmósfera de enorme riqueza e interesantes matices para la dramaturgia bailada concebida por el gran Petipa. De igual forma, en los aspectos coreográficos apreciamos en “La Bayadera” de Marius Petipa, el clímax de su talento creativo el cual equilibra en sincronía total el desarrollo dramatúrgico, junto al divertissement, la conclusión de la trama y la apoteosis final.
De la coreografía:
Ahora bien, hincarle el diente a una obra señalada como perfecta en su estructura y género resulta un tanto arriesgada; pues mucho del original se ha perdido con las repetidas alteraciones y cortes en la partitura legada a estos tiempos, como también, por la ausencia de apuntes de primera fuente. No obstante, Luis Ortigoza incursiona el año 2007 en este título debutando entonces como coreógrafo, para lo cual propone un trabajo de equipo apoyado con músicos, diseñadores, bailarines y otros a modo de aproximarse con mayor fidelidad al original, o al menos, al espíritu de su creador. Es así como la pianista Albena Dobreva, aporta exitosamente desde su trinchera reordenando una partitura que con el tiempo había ido mutando, lo cual producía más de alguna cefalea a los directores de orquesta al momento de reinterpretar la esencia primera de la composición. Pablo Núñez, hace lo propio investigando en cuanto a texturas, colores y usanzas de la época según documentación escrita y pictórica; logrando un resultado de excelencia mayúscula. Luis Ortigoza, respetuoso de la tradición, estilo y legado original, propone una lectura renovada con mayor participación del contingente masculino, creando para ello la danza de los guerreros y la danza de los sacerdotes. Ambas inserciones aciertan en lo coreográfico y lo narrativo; pues mantiene el estilo de la obra sin ser un añadido molesto a la esencia de la concepción que tuviera el genio coreográfico del clasicismo decimonónico. Agiliza el desarrollo de la historia al resumirla sólo a dos actos y cinco escenas, rescatando además un final prácticamente desechado en las producciones occidentales de las últimas décadas. La propuesta de Luis Ortigoza es acertada, respetuosa y cuidada; aportando sin dañar la génesis de la obra.
De los intérpretes:
Anna Osadcenko nos regala una Nikiya limpia, cuidada y pulcra en los aspectos técnicos de su danzar, pero algo difuso en lo estrictamen
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