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http://www.alternativateatral.com/obra13389-el-matadero-un-comentarioEsteban Echeverría nos legó en El matadero una mirada descarnada de la sociedad porteña cercana a 1840, deteniéndose con fruición en el salvajismo de los más acérrimos adeptos a Juan Manuel de Rosas. Como contraparte, hace aparecer en medio de tanta incivilidad a un mozo unitario, al que describe regalándole a los opositores una imagen victimizada, vanagloriosa y por sobre todo muy romántica. Es más: probablemente el mismo Echeverría – mientras disfrutaba de las tertulias montevideanas– quiso verse ennoblecido en ese personaje que se autoinmola mediante un rapto de furia.A partir de este material encumbrado en el panteón de las letras nacionales, este texto profundiza la mirada y sabe encontrar en él noticias de toda la vida argentina. Los dos personajes arquetípicos, el Cajetilla y el Mazorquero, rompen con su tiempo gracias a dos citas que de manera muy inteligente incorpora Emilio García Wehbi: el unitario exclama “¡Viva el cáncer!”, la frase acuñada por el antiperonismo mientras Evita agonizaba, que enlaza ideológica e históricamente con la muerte de Encarnación Ezcurra, esposa de Rosas, aún reciente cuando los acontecimientos de El matadero; en tanto que el federal gritará “¡Que venga el principito!”, declaración de patoterismo chauvinista que hizo célebre el dictador Galtieri (o, quizás mejor, la declaración lo hizo célebre a él).Así, uno y otro encarnan casi dos siglos de antagonismos. En esa permanente contraposición (que hoy algunos aprovechadores de la política quieren hacer creer que empezó ayer), uno y otro no corren paralelos, pues sus posturas se modifican. Uno y otro se entrecruzan: el Cajetilla encarna el librepensamiento antirrosista y la noche de los bastones largos, el impulso a la inmigración y la xenofobia de barrio privado, el anticlericalismo liberal y el “Cristo vive” en los aviones que bombardearon Plaza de Mayo, la ley 1420 y la destrucción menemista de la educación pública, el desprecio a la acción social de Evita y el apoyo a la entretenedora Susana, el lema “Paz y administración” y el desguace del Estado con represión de la protesta social. Su contraparte, por supuesto, también varía su posicionamiento, como transitando en un permanente rodeo a un punto del que están siempre equidistantes. Y en el actuar y el decir del Mazorquero percibimos tanto las rebeliones para no seguir a Mitre en la guerra contra el Paraguay como el ciego fervor del 2 de abril de 1982, la infructuosa espera peronista de las órdenes del líder en septiembre del ’55 y la espontaneidad horizontal del Cordobazo, las luchas de los trabajadores alentadas por los anarquistas y la domesticada afiliación al gremialismo de “los gordos”. Si pudiéramos verlos en un gráfico, su traza se asemejaría a una doble hélice, como la del modelo que expusieron Watson y Crick para el ADN. Quizás en esa traza de mutuos cruces y cambios de posicionamiento haya algo de nuestra genética social.Para todo esto y para mucho más nos autoriza (y alienta y equipa) García Wehbi al agregar al título de este trabajo apenas dos palabras: “un comentario”. Con eso se exime de decir todo y, a la vez, abre el objeto comentado a decir mucho más. Y bien que lo ha logrado.Brasas, humo, carne, cuchillos, barro, polvareda, sangre y escupitajos conforman un escenario propicio para el Mazorquero, desafiante y brutal, cuya voz atronadora, áspera y rasposa vomita palabras menos necesarias para despertar el temor ajeno que para sostener la propia seguridad (real efecto de todas las consignas que vivan la muerte, salgan de boca de los fascistas españoles o de los cultores de la mano dura locales). Distante en un principio, el Cajetilla va haciendo oír cada vez más su educada voz y desplegando su soberbia (que no es más que la fanfarronería de la gente bien), hasta que el desenlace es inevitable. Entre tanto, el coro dibuja para nosotros, a modo de decorado impalpable, los paisajes geográficos, políticos y éticos en que se desarrolla esta tragedia, la nuestra, la nacional, lo que a su vez permitió al escenógrafo Norberto Laino concentrar su trabajo en pocos pero precisos elementos.Un toro (o vaca u hombre o mujer, qué más da), rehén de la brutalidad imperante y víctima de su propio y dosificado faenamiento, al igual que en la pieza de Echeverría, intenta huir. Con la diferencia de que aquí todas y todos lo vemos pasar, desesperado, huyendo de los tormentos, y así se nos convierte en cómplices de su previsible fin. El toro, a no dudarlo, algo habrá hecho.Ambos protagonistas, Federico Figueroa como el Mazorquero y Pablo Travaglino como el Cajetilla, imponen sus personajes tanto desde la precisión coral como por las muy buenas actuaciones que despliegan. Alejandra Ceriani impacta al resolver la inmensa tarea de dotar a ese toro –agonizante y martirizado– con una elocuente plasticidad corporal.Compositor y director musical, Marcelo Delgado se ha nutrido de variadas fuentes, logrando un vigoroso e inquietante soporte sin instrumentos para este relato, siendo esencial para éste pero sin ponérsele por delante. Cuenta aquí también con la indispensable y noble labor del coro formado por Adrián Barbieri, Alejandro Spies, David Neto, Juan Francisco Ramírez, Martín Díaz y Pol González.Encontrá la ficha artística y técnica y la información de las funciones de El matadero. Un comentario en este link a Alternativa Teatral.Publicado por Lucho Bordegaray
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