SINOPSIS DE LA OBRA “FUNERAL DE LA NADA” En el fondo a todos nos gustan los rituales. Lloramos los muertos y los despedimos con silencio, aceptando el silencio cuando las palabras estorban en los labios. El funeral es un duelo con hombres a medio construir y mujeres a medio destruir, lo mismo sucede con el amor que se presenta frágil y delicado como el papel, cuando el viento lo arrastra, el agua lo deshace y el tiempo lo amarilla. En este duelo el amor puede parecer demasiado normal y demasiado pequeño para que le quepa tanta historia, pero en realidad es demasiado absoluto para decir verdades impresas en la piel. Hombres y mujeres se presentan un tanto bíblicos pero viven en tantos infiernos, viven de impresiones, sombras y sospechas de que algo pasa, pero no hay precisiones absolutas, todas las imágenes son un resumen de sospechas, un compendio de rumores y desamores con algo de orden, mucho de angustia y algo de locura. Es el hastío por el otro, el rechazo a la carne y a la libido en un país de tantas guerras y batallas que se libran cada día por el lugar que el otro ocupa, son pequeños enfrentamientos como una manera de querer cambiar cosas, una pequeña batalla por las grandes causas que las personas abrazan ya sean por un día o por la eternidad, afrentas al amor prohibido que se esconde bajo las faldas o detrás de un cristo que mira de espaldas y se sonríe de la estupidez cuando se desea sentir bajo las piernas el costillar de rocinante aunque no seamos ni Sancho ni Quijotes. En la seguridad nacional como en las cosas del amor la experiencia no sirve para nada, ya que se termina como bacteriólogos mirando y tocando al otro con guantes y algodones como si fuera mierda, pero jamás se llega a pensar ¿Cuál es el nivel de humillación que soporta una persona? La religión es una forma de ver la vida o de castrar los deseos que despierta la vida, unos viven con miedo y otros con odio, y a veces se intercambian los sentimientos como en un juego de cartas marcadas. Enfrentarse y confrontarse con el otro, destrozarlo y humillarlo, herirle sus sentimientos, declararle la guerra por su amor, y hasta sin pensar hacerle ataques suicidas, pero hay muchas mas cosas y peores, cotidianas, silenciosas, insoportablemente bien planeadas, asquerosamente bien diseñadas para recordar de quién es el poder, de hombres y mujeres que hacen nudos al aire para tratar de respirar y esconder para mañana una esperanza. En este espacio sin fin abunda la soledad, demasiada soledad que marca, pero mas marca el desamor y la locura sin reglas y sin derechos, aquí no hay leyes, las leyes van con la injusticia no con la justicia y por eso hacen alienación, discriminación y condenan porque bajo las piernas crece el deseo. Están aquí le hacen el duelo a todo, piensan en el ultimo desamor que cicatriza lentamente, el abrazo del amigo y la mentira del funeral que cruza por la esquina. Todos los rituales ajenos, incluidos los de la muerte, nos resultan curiosos, pero los propios son un lamento eterno, pasa el tiempo y el dolor se vuelve mas agudo, el o ella ya no están y viene la sensación mas cruel: la angustia, angustia de no verlo, no tenerlo, no oírlo y no olfatearlo como propio, porque ya pertenece a otro. En el fondo a todos les gustan los rituales, lloran los muertos y los despiden en silencio, aceptando el silencio cuando las palabras estorban en los labios, y lo único que se puede vociferar, gritar o exclamar es la frase dura que hace vomitar el miedo, el miedo de no poder vivir sin el y tener que decir: El era mi norte, mi sur, mi este, mi oeste Mi semana de trabajo y mi domingo de descanso Pensé que el amor duraría para siempre, me equivoque.
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