Roberto Oliván: Danza, circo y mucho más

Roberto Oliván estrena "A place to bury strangers" (ver vídeo) en el Mercat de les Flors del 18 al 20 y del 25 al 27 de enero de 2013.

Por este motivo, compartimos con vosotros este artículo de Nerea Aguilar para Danza Ballet sobre el artista:

 

Roberto Oliván, la coherencia de un artista comprometido y multidisciplinar

De Roberto Oliván (Tortosa, 1972) podemos valorar su paso por PARTS (Anne Teresa de Keersmaeker, fundadora de la compañía Rosas, para la cual él también bailó), su contacto, también en su residencia en Bélgica durante doce años, con Bob Wilson y Trisha Brown, su estudio de las artes circenses; es decir, podemos valorar su poderosa y potente trayectoria artística.
Pero lo que diferencia a los grandes artistas no es su currículum, sino el uso que hagan de él, de sus experiencias, de su entorno, del tiempo que va cambiando a su paso por la vida, de su filosofía sobre el arte, sobre la vida, sobre la sociedad, sobre el ser humano, y cómo esto realmente sepan fusionarlo, como camino obligatorio de entenderse a sí mismos y su arte, para darle forma en un espectáculo. 

Roberto Oliván es por tanto un artista contemporáneo, que se ha dejado seducir sin miedos por las disciplinas, que ha sabido fusionar lo popular y lo elevado de la técnica, porque su mente es dinámica y enérgica y no entiende el arte de otra forma que, por tanto, no sea de varios ámbitos; un arte nunca estático, siempre en movimiento porque el artista se alimenta de todo lo que le rodea. Y consigue que su coherencia traspase la escena y no sea simplemente un propósito de creación, en el que se decide llevar a cabo una fusión de elementos, gentes, temas porque es lo bueno o lo que se lleva, sino que consigue una coherencia consigo mismo a partir de entender el arte como algo orgánico en continuo movimiento, como es el ser humano en sí mismo, que “entra en una cadena de acción-reacción”.

 

 

 

De farra cartel


El arte como expresión de lo que está sucediendo, y lo que sucede a nuestro alrededor no es algo aislado, no podemos extrapolarlo de tantas otras cosas de las que se alimenta. Lo que está sucediendo hoy día se da en las calles, en los barrios, en los pueblos, en las plazas, en los mercados. Algo pasa también en nuestras cabezas, cuando nos hacemos las preguntas de siempre sobre nosotros mismos y nuestro camino a la felicidad, cuando buscamos disfrutar de la vida y aprovecharla al máximo, cuando nos preguntamos qué queremos. Porque como un animal, Roberto, está olisqueando a su alrededor, saboreando las cosas y generándose preguntas.

Roberto Oliván arriesga, crea espontáneo, evita el miedo y se sale del formato típico de la danza contemporánea y del público que se espera de ella y del espacio que le sirve de acicate para sus creaciones.

Su compañía Enclave es de nuevo otra muestra de su contemporaneidad. Es trabajar en grupo pero no olvidar al individuo, porque no podemos olvidarnos de nosotros mismos en estos tiempos, pero estamos en sociedad y rodeados satisfechos de individuos de muy distintas procedencias.

El kiosko de las almas perdidas 


Y se lo ha querido comer todo desde sus creaciones. Porque ve de absoluta naturalidad y orgánico un arte que junte todas estas cosas y las muestre bajo las formas del arte circense y la danza contemporánea. Los artistas de circo son fuertes, son enérgicos, son hábiles físicamente, y si consiguen salirse del bloqueo muscular pueden ser grandes bailarines. Y el circo no tiene por qué reñir con la danza. De la danza le interesan otras cosas, la técnica, pero sobre todo ese camino a lo personal, esa indagación en el yo del ser humano. Se le abre entonces un gran abanico de posibilidades que coge con la soltura de quien no le teme a la acción, sea física o interior.

La modernidad está también en lo cotidiano, y Roberto se alimenta de lo cotidiano para sus creaciones. Lo cotidiano como muestra de las gentes que le enseñan. De ellas aprende las filosofías que descubre en sí mismo, y sin darse cuenta repite métodos de creación que le llevan a esa cercanía con la gente, se sale de su sala, de la típica cerrazón de los “artistas”, encerrados en su ego, para abrir sus puertas a lo normal, lo popular y lo inmediato por ser cercano y vivo.

El hombre contemporáneo es aquel que también sabe de sus contradicciones y que aprende de ellas, como Roberto, de sus raíces de pueblo y su vida en las grandes ciudades. De todo se puede aprender y todo nos enriquece.

De todo este conglomerado salen piezas como De Farra. La fiesta en la calle es el origen, la música, la mezcla de personas, de influencias de diversos países, la mezcla de colores, sonidos y energías, como el mismísimo Kusturica.

Homeland supone el verdadero reflejo de la fusión bien hecha de gentes de circo, bailarines y músicos en directo. La cercanía entre los mundos se produce poco a poco, mientras los de circo se despojan de su rigidez y se van adentrando en el mundo de las emociones, los bailarines deben trazar su línea en sentido contrario, hacia lo acrobático. Así, Homeland no puede ser ni danza ni circo, puede serlo todo o puede no ser nada, porque no tiene por qué tener una etiqueta, porque al llegar a la coherente naturalidad no distingamos tan claramente los mundos, sino que los disfrutemos como lógica de acción-reacción bajo esa proximidad física e interior en la que indaga.

El kiosko de las almas perdidas nace de nuevo de un hecho cotidiano, del movimiento y la vida que se produce en una lonja de Vigo. Esta pieza es un encargo del Centro Coreográfico Gallego y por tanto el proceso es diferente, las dificultades son otras, pero a pesar de eso ahí está su cabeza, buscando en las preguntas eternas sobre las normas de la sociedad, la búsqueda de la felicidad, el lugar del individuo, etc.

Roberto quiere volver a su trabajo multidisciplinar; quiere retomar el circo para sus creaciones, porque lo echa de menos. No sabemos si lo que echa de menos es la diversión que aporta con energía el circo y lo gustoso de verlo dado de la mano de la belleza de la danza, o si, por el contrario, lo que echa de menos es tener la sensación de que abarcando más y sin miedo está llegando a sentirse más en su yo, porque está abierto al otro, y el otro es tanto y tan grande y el verdadero artista tan abierto y tan generoso que obligatoriamente se tiene que producir un placer vital en su creación.

 

 

El kiosko de las almas perdidas



Y es que no quiero que alguien que despliega y “malmezcla” medios y ámbitos artísticos me diga que es Artista, no quiero que alguien desde lo alto, arriba en las esferas, se proclame comprometido con su sociedad, su tiempo, la vida y toda la filosofía e intelectualidad que cree poseer; no quiero acudir a grandes teatros o pequeñas salas, me da igual, para ver lo mismo mientras que quien lo muestra se cree el más moderno. No quiero, por tanto, que creen para mí, para mis ojos, es decir, artificialmente para impresionarme. El espectáculo llega a mis pelos para ponerlos como escarpias si me lo das con sinceridad. No quiero las incoherencias creativas y personales de artistas con aires de grandeza; quiero la humildad, quiero el sentido lógico y sano y natural de quienes crean desde su yo humilde y abierto, que lo ofrecen a la gente más normal, con la generosidad de saberse igual, con la espontaneidad de la energía de querer vivir-crear sin los límites que ponga ni el ego ni la hipocresía.

Pero este tipo de artista está en extinción. Roberto Oliván es ese animal en extinción, al que hay que buscar en el Delta del Ebro y “en clave” de muchas cosas, y que gracias a él, como a otros, la naturaleza artística contemporánea muestra la cercanía a la realidad de lo que creíamos ideal.

 

Texto: Nerea Aguilar
Publicado en Danza Ballet

 

Roberto Oliván en Noche de Danza, Costa Contemporánea 2012: Fotografía @Pollobarba

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