Prof. Susana Tambutti
"Una religión no sólo requiere un conjunto de sacerdotes que sepan lo que hacen, sino además un conjunto de fieles que sepan lo que se está haciendo" T. S. Eliot
Danza en Argentina por Susana Tambutti.doc Podríamos adoptar la frase de Eliot para pensar si la danza espectáculo (abarcando bajo este término sólo el ballet, la danza moderna y la contemporánea (con todas sus variantes), exceptuando el folklore y el tango) en Argentina tuvo alguna vez algún grado de debate, aunque fuera mínimo, sobre sus problemas históricos, estéticos o críticos que aportaran las bases desde las cuales fuera posible una reflexión consistente, fundada, acerca de la posibilidad de existencia de rasgos distintivos que la constituyan en una expresión propia de nuestra cultura. Acercarse a una historia de la danza escénica en la Argentina supone la superación de una serie de obstáculos de distinta naturaleza. En primer lugar, el difícil relevamiento de aquellos hechos concretos que constituyen el material, aparentemente objetivo, de esa historia, tarea que conlleva un esfuerzo significativo ya que el registro de las manifestaciones culturales en la Argentina es casi siempre incompleto. En segundo lugar, por la naturaleza preformativa de este arte, no es fácil construir el objeto, definirlo espacial y temporalmente, para poder formular una hipótesis que construya sentido sobre esos hechos. Un relato histórico sobre la danza en la Argentina implica desvincularse tanto de las “narraciones testimoniales” producidas por los actores ligados a la danza de nuestro país como de la mera descripción inconexa de los hechos. Por supuesto, esto no quiere decir que se intente escribir una historia definitiva sobre la danza clásica y contemporánea en la Argentina, sino el menos pretencioso objetivo de aportar materiales, articular datos desde una perspectiva teórica y confiar en nuestras posibilidades y las de muchos otros para seguir pensando acerca de la constitución de esta serie cultural en la Argentina. Leer los hechos es hacer una interpretación que pueda producir una resonancia en el futuro, en lugar de construir un panteón de nombres glorificados u olvidados. En la República Argentina, la danza espectáculo no delimita una unidad homogénea. Es un objeto signado por la diversidad resultante de encuentros con otras expresiones dancísticas, procedentes básicamente de países del continente europeo y, en menor medida, de Estados Unidos. Sobre estos aportes se han ido construyendo particularidades que difícilmente puedan reunirse en una única perspectiva. Las preguntas sobre identidad relacionadas con la danza probablemente obedezcan al renovado interés por la exacerbación de la diferencia entre culturas que surgió en los años ´70, aunque en la danza esto recién se haga visible en la década del ´80. Para tratar el tema de la identidad cultural, la ya mencionada atomización y diversidad de tendencias coreográficas son los primeros obstáculos que se nos oponen, a cambio, podemos señalar que esa diversidad es una muestra de riqueza y apertura a todo tipo de influencias y propuestas. Estas características aparentemente incompatibles con la reivindicación de rasgos distintivos que definan una danza nuestra, le otorgan una vitalidad apasionante. El término identidad referido a la danza fue desde el comienzo objeto de preocupación y de distorsiones, siendo las más comunes aquellas que intentaban recuperar cierto esencialismo referido a una creencia en un supuesto “mito de los orígenes” que se suponía puro. Ese esencialismo nos ponía frente a la dinámica de las relaciones de fuerzas entre lo propio y lo ajeno y nos enfrentaba con la dificultad de construir un nosotros que, a su vez, derivaba en la búsqueda a veces forzada de rasgos distintivos de una supuesta danza nuestra. Desde el momento que Argentina es una nación pluriétnica y que constituye un modelo de integración nacional que se produjo a partir de la formación de comunidades étnicas particulares, el problema identitario queda planteado no sólo para la danza sino para todo el espectro de sus manifestaciones culturales. Si pensamos en el término identidad entendiéndolo como esencia, deberíamos iniciar nuestra búsqueda basándonos en algún tipo de diferencia cultural de origen, o sea, un modelo de identidad que se manifieste como algo dado y que produzca en los artistas de esta disciplina una manera particular de expresión en este arte. En esta perspectiva genealógica, deberíamos iniciar nuestra exploración revisando las danzas de algún grupo original de pertenencia. La búsqueda de “nuestras raíces” sería una representación casi “genética” de la identidad. Aplicar el término identidad a “nuestra” danza sería, en este caso, buscar algún rasgo preexistente que habría que descubrir. Esta sería una creencia en el “mito del origen”, dentro de una posición esencialista, creencia según la cual podríamos encontrar unas supuestas “raíces” que posibiliten la existencia de algo así como nuestra danza, y este camino sería lo que definiría de manera certera una danza argentina. Si lleváramos esta concepción al extremo, la identidad de nuestra danza debería estar inscripta en el patrimonio genético. Pensada así, la identidad de nuestra danza espectáculo no dejaría espacio para la intervención del artista, bailarín o coreógrafo, ya que éste nacería con los elementos constitutivos de aquella identidad étnica y cultural, entre las cuales se encuentran características típicas conjuntamente con las cualidades psicológicas correspondientes al pueblo al que pertenece. Desde otra perspectiva, si no pusiéramos el acento en algo genético y lo pusiéramos en las influencias culturales, la tarea de los profesionales de la danza en Argentina quedaría reducida a la interiorización pasiva de los modelos culturales que les fueron impuestos y no podrían hacer otra cosa que identificarse con ellos como sucede con el modelo genético. Por ello, sería reduccionista tratar de buscar y describir la identidad de nuestra danza espectáculo a partir de la enumeración de cierto número de características determinantes, consideradas como “objetivas”, y que derivarían de las influencias que actuaron en la aparición de una danza moderna o contemporánea. Por lo errático y dispar de estas influencias, la clara delimitación de tales características se torna una tarea imposible ya que, en ese caso, habría primero que describir cuáles serían las características “esenciales” de todas y cada una de las manifestaciones de ballet, danza moderna y contemporánea, que llegaron al Río de la Plata y que (supuestamente) habrían signado las creaciones actuales. El problema sería definir las invariantes culturales de aquellos grupos artísticos llegados a nuestro medio. Estas hipótesis se inscriben dentro de los “mitos de origen”, según los cuales la danza del Río de la Plata debería indagar ya sea en hipotéticas culturas primitivas percibidas como culturas poco o nada modificadas por el contacto con otras culturas o en supuestos legados originales. Una perspectiva opuesta a las anteriores, es la que plantea el problema de la identidad como un proceso en permanente construcción, variable y no algo dado e inalterable. Esta visión nos pondría frente a un análisis en donde los intercambios no son independientes del contexto en el que se producen, en donde habría que centrar la atención en el acto de recepción, (por ejemplo el impacto de la llegada al teatro Colón de los Ballets Russes a principios del siglo XX y el interés por todas aquellas manifestaciones culturales provenientes de Francia) hasta podría plantearse la posibilidad de una incorporación individual arbitraria, según la cual cada artista habría producido sus propias identificaciones y síntesis. Si la identidad es una construcción que se elabora y depende del tipo de relación que se establece entre los grupos en contacto, sería una manifestación relacional. En este caso en la búsqueda de elementos identitarios en la danza argentina (ballet, danza moderna o contemporánea) lo que importa no es hacer el inventario del conjunto de los rasgos distintivos, sino reflexionar sobre el proceso de recepción y elaboración de estos rasgos y encontrar (si los hubiere) aquellos que fueron empleados por los bailarines y coreógrafos para afirmar y mantener una distinción cultural. La identidad en la danza en Argentina sería un proceso de construcción y de reconstrucción constante producto de los intercambios artísticos. Es esta una concepción dinámica opuesta a la que considera la identidad como un atributo original y permanente. La pregunta crucial en una cultura [fuertemente] derivativa como la nuestra, que toma insumos de otras y debe adoptarlos sería: ¿cómo podría existir una danza moderna o contemporánea argentina como forma creativa autóctona si esta danza es heredada desde el mismo comienzo? Podríamos hablar de un doble comienzo. En primera instancia, en 1913, la presentación de los Ballets Russes en el teatro Colón constituyó una de las bases fundadoras de la danza teatral ya que los maestros provenientes de esa compañía fundaron la tradición de lo que seria la danza académica. En segunda instancia, la llegada, en 1941, de la bailarina y coreógrafa norteamericana Miriam Winslow quien se presentó en el Teatro Odeón y en el Teatro del Pueblo, constituyó la otra base fundadora de la danza teatral ya que fue esta coreógrafa quien, en 1944, creó el Ballet Winslow dando comienzo a lo que sería la tradición de la danza “moderna”. Este podría ser el comienzo de la Historia de la danza en Argentina ya que es a partir de estos hechos que se inició la conformación del
campo intelectual de esta disciplina artística. La constitución de este espacio social fue posible a partir de la aparición de diversos agentes como por ejemplo: la creación del cuerpo de baile del teatro Colón, la aparición de un público deseoso de conocer esta nueva experiencia artística, la formación de coreógrafos locales, la presencia de críticos, la difusión de instituciones educativas y artísticas, la creación de organizaciones gremiales, etc. La aparición de un campo propio, hoy todavía en proceso, otorgó la posibilidad de construir un espacio con leyes y legitimidades específicas. En este sentido la creación del Cuerpo Estable del Teatro Colón, con su sistema de enseñanza, sus maestros, sus discursos, sus obras, sus coreógrafos, fue el hito importante que dio comienzo a la conformación de este campo. Dar cuenta del proceso de constitución y autonomización de este espacio social de relaciones significa rastrear cómo se fueron articulando las relaciones entre danza independiente y danza no independiente, entre danza académica y danza no académica, sobre como funcionan los mecanismos y las instancias de legitimación, sobre cuales fueron los criterios valorativos en cada momento, significa trazar un mapa de cómo se fue conformando el perfil de la danza actual y cual es el estado de las luchas de poder internas en dicho campo. A partir de aquellas bases fundadoras de una danza teatral en la Argentina, toda danza que se inscriba dentro de esos márgenes históricos y estéticos sería más o menos derivativa, por lo tanto, desde un comienzo la danza en Argentina fue tomando ideas que provienen de otro lugar y peligrosamente fue adoptando, en muchos casos, una serie de representaciones intelectuales también provenientes de otro lugar: podemos citar como ejemplo, representaciones que se refieren al cuerpo, a valores espacio-temporales, a la representación escénica, incluso a contenidos. La recuperación de esta historia y la interpretación que hacemos de ella debieran producir una resonancia en el futuro, en lugar de construir un panteón de nombres glorificados o un depósito de nombres olvidados.
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