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Este video retrata una intervención en espacio público realizada en Liverpool Station en enero de 2009, para un comercial de telefonía celular.
Cuando lo ví por primera vez, me emocioné, me alegré y deseé haber estado allí. Después lo volví a ver y se me ocurrió escribir algo al respecto.
Mas allá de lo estrictamente emocional y subjetivo quisiera analizar algunos aspectos que vuelven interesante a esta acción colectiva:
Para empezar, demuestra que pasa el tiempo y sigue siendo efectivo el hecho de sacar la danza de los recintos escénicos tradicionales y que, al trasladarla a contextos cotidianos, a veces, se consiguen experiencias extraordinarias. Esto no es nuevo pero lo que sí es relativamente novedoso es la forma de convocar a la gente a este tipo de evento. Alcanza con enviar una buena propuesta en un mensaje de texto, o una invitación extendida a través de las numerosas redes sociales de la web, para generar un flash mob.
Flash mobbing es como un anárquico acto de libertad de expresión en el que un grupo de personas, luego de concretar una cita, (determinando día, hora y lugar), llevan a cabo una singular acción (por lo general en un espacio público), que inexorablemente se disuelve minutos mas tarde, haciendo que todo vuelva a la "normalidad". Ejemplos famosos incluyen a personas que de pronto se detienen en su andar y quedan congeladas como estatuas, aquella famosa lucha de almohadas en mas de 20 capitales del mundo, la celebración de la rave silenciosa en la que cada uno llevaba puesta su música en su Ipod, etc.
Pero mas allá de la moda del flash mobbing, que lleva ya unos cuantos años, (es hora de confesar que todo lo anterior no es mas que una especie de preámbulo para llegar al punto) hay algo en este tipo de acciones colectivas que quisiera destacar especialmente: y es el hecho de que pretende integrar activamente a los presentes de tal forma que se desdibujan las fronteras entre "público" y "artista". Y puede parecer obvio pero nunca está de más decirlo: esta interacción puede producirse cuando se comparten códigos comunes que permiten la comunicación; En este caso particular (y no casualmente es una publicidad), la utilización la música popular, la mezcla de estilos que van desde el hip-hop, el disco, hasta el vals, los fraseos sencillos, los movimientos de ballroom, y el vestuario, aumentan la confusión y hacen que no sea posible, a priori, distinguir quien es "bailarín" y quien no. A su vez, aquellos que no bailan, aparecen integrados usando sus teléfonos móviles para captar imágenes de lo que está sucediendo; el video está editado como si hubiera un switcher o un director de cámara, eligiendo los planos tomados por la gente, generando así la ilusión de que estamos viendo el acontecimiento a través del punto de vista de cada portador de télefono movil, allí presente.
Pero, como ya dije, sin comunicación no hay integración, ni interacción posible y me pregunto una y otra vez si quienes representamos a la "danza contemporánea", reflexionamos lo suficiente antes de lanzarnos a intervenir el espacio público. Me da la sensación de que a veces caemos en una especie de autismo autcomplaciente donde basta el simple hecho de provocar, a veces incomodidad, otras indiferencia y la mayoría, apenas un gesto de rareza, en el público ocasional que se encuentre presente y en el que las propuestas terminan siendo casi como un diálogo encriptado entre el "artista" y sus amigos y/o colegas presentes. Esto se vuelve mas complicado aun si el "artista" financia su acción con fondos públicos. No quiero decir con esto que haya que salir a agradar, ni ser obsecuentes, ni caer en la complacencia, nada mas lejos del objetivo de estas líneas. Pero desde el momento que decidimos mostrar lo que hacemos y elegimos para eso un espacio público, creo, deberíamos asumir la responsabilidad de conocer y utilizar, o no (pero a conciencia), los códigos de comunicación que nos son comunes, (arquetipos, signos, símbolos y señales) que nos permitan acercarnos "al otro". De lo contrario seguiremos contribuyendo al levantamiento de ese muro que a tantos reconforta y tranquiliza, que separa a los que son "artistas" de "los que no".
Analía Fontán (abril 2009)